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Su origen geográfico e histórico es asiático, sin embargo, actualmente se les puede encontrar en todos los continentes habitados de nuestro planeta, sobre todo en regiones tropicales y subtropicales húmedas y sombreadas donde ellos encuentran hábitats ideales para su desarrollo, a pesar de que, vale la pena aclarar, su gran adaptabilidad a casi cualquier clima.

 

Antes de ver a estos animales por primera vez en la isla de Marajó (desembocadura del río Amazonas), mi abuelo Clemente Maitret Irisson y mi padre, Eduardo L. Maitret Guichard ya habían tenido un encuentro con ellos en las localidades brasileñas de Uberaba (estado de Minas Gerais) y Cabo Frío (estado de Río de Janeiro), así como en Bulgaria, a mitad y fines de la década de 1970 respectivamente. Siempre conservaron su interés en traerlos a México, pero entonces no fue posible principalmente por razones zoosanitarias.

 

El proyecto era importar los búfalos, concretamente al sureste mexicano, donde se reúnen las condiciones climáticas y de terrenos para su mejor aprovechamiento en humedales y pantanos que ocupan cientos de miles de hectáreas en Veracruz, Tabasco y Campeche, creando una ganadería alternativa sustentable para la producción de leche, carne y animales para el trabajo, así como otros subproductos propios de la especie.

 

Fue en 1991 que nos enteramos de la existencia de hatos de búfalos de agua en los Estados Unidos, al norte, y en Belice, al sur. A pesar de tener todo en contra para la importación de dichos búfalos de agua, tanto por parte de autoridades zoosanitarias como por los mismos colegas ganaderos, entre 1992 y 1999 llegaron a México, provenientes de los Estados Unidos, primero, y de Belice, después, más de tres mil cabezas. Costó mucho tiempo convencerlos de que él búfalo asiático, procedente de regiones de Norteamérica y Caribe, libres de enfermedades exóticas para nuestra región, no representaba un riesgo para la salud animal ni para el medio ambiente. Muy por el contrario, insistimos que se trataba de un mamífero rumiante benéfico, ideal para una ganadería sustentable y amigable con los ecosistemas de nuestro país dedicados a la ganadería.

 

Para nosotros no fue novedad encontrarnos con esta objeción oficial y del gremio al introducir un nuevo bóvido ya que razonamientos similares encontraron mi abuelo y mi padre al introducir el cebú (bos indicus) a la parte tropical de México como una opción más viable que el ganado vacuno criollo (bos taurus) durante la primera mitad del siglo pasado.

 

Estos búfalos se concentraron primero en nuestras fincas del municipio de Palenque, Chiapas. Esparciéndose después, poco a poco, por los estados de Campeche, Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Veracruz, así como algunas explotaciones menores en los altiplanos de Puebla y Jalisco. Fueron muchas cabezas las que entraron a México tomando en cuenta que sucedió en un periodo relativamente corto, es decir, tratándose de la introducción de una especie completamente nueva y desconocida para la mayoría de nosotros.

 

Es importante subrayar que las primas hermanas de las búfalas de agua, las vacas, llegaron a este continente junto con los conquistadores en el siglo XVI y se fueron adaptando y creando nuevas razas criollas a base selección genética a través de los siglos. El ganado bufalino, en cambio, lo trajimos en un breve periodo de tan sólo ¡siete años! Recuerdo al doctor veterinario genetista Dr. Jorge de Alba Martínez, cuya visita recibí durante una de las importaciones de búfalos, decirnos: “Con los búfalos, van a tener que aprender a hacer una ganadería diferente”. Lo que no nos dijo el doctor de Alba es que los búfalos iban pronto a dejar de ser tan sólo una curiosidad zoológica y que iban a suplantar a nuestra ganadería familiar que consistía exclusivamente de bóvidos vacunos, por su alto índice reproductivo, su magnífica capacidad de conversión del material alimenticio en músculo, material a veces pobre en nutrientes, su adaptabilidad, su nobleza para el trabajo con los humanos y el buen aprovechamiento de tierras de deficiente drenaje en las que

los vacunos difícilmente sobreviven.

 

Conforme el hato bufalino comenzó a multiplicarse y las tierras en Chiapas para su manutención comenzaron a sernos insuficientes, nos vimos obligados, antes de lo planeado, a migrar animales a nuestras fincas en Veracruz, así como comenzar la búsqueda de otros productores interesados en la cría. Fuimos colocando entre pequeños productores nuestros animales de crecimiento para la cría bufalina y así tuvieran comida. Se aprovecharon humedales y otras tierras donde el ganado criollo o cebú no hubiese sido productivo. Se abatieron costos y gastos y los ganaderos se dieron cuenta de las bondades de los búfalos de agua. Por su alto promedio de partos, pronto estos hatos dejaron de ser de crecimiento para convertirse en cría. Pronto se corrió la voz, y de boca en boca fueron surgiendo interesados en este sistema de financiamiento de búfalos. Durante la primera década de este siglo, muchos pequeños productores se dieron cuenta del enorme potencial beneficioso y los bajos costos de producción y así los ganaderos atraídos se multiplicaron solucionando la carencia e imposibilidad de tenencia de tierras para acomodar a estos animales de reciente introducción a la República Mexicana.

 

Los machos de engorda crecen con una eficiencia sorprendente. Su capacidad de convertir eficientemente los pastos y herbáceas en carne y leche es sensiblemente mayor que en el ganado vacuno. También es una especie con características anatómicas para sobrevivir ya que sus patas tienen la cualidad de ser más flexibles y permiten al animal girar 180º dándole la capacidad de caminar en tierras pantanosas y anegadas sin riesgo a quedare pegados mientras pastorean; sus pezuñas tienen gran dureza y no se deforman ni se ven afectadas por hongos y bacterias. También son excelentes nadadores en distancias largas de aguas

profundas.

 

Las primeras comercializaciones de la carne de búfalo se hicieron en la matanza local y en las carnicerías también locales. Las personas fueron probándola y dándose cuenta de que las diferencias entre los productos cárnicos del vacuno y el bufalino en realidad son insignificantes; independientemente de que la carne de búfalo de agua tiene 40% menos colesterol, 12% menos grasa, 55% menos calorías, 11% más proteínas y 10% más minerales. Poco a poco se fue introduciendo a nivel local. Una carne roja de gran valor nutricional, de animales criados y engordados en potrero de manera naturalista al requerir menos medicamentos veterinarios ya que son más resistentes a los parásitos internos y externos; También requieren menos productos agroquímicos, tales como herbicidas, para su cría, manutención y engorda ya que son menos selectivos que los vacunos y su dieta incluye una gran variedad de especies vegetales. También al tener el rumen más grande, almacenan más alimento durante el pastoreo. Los búfalos son la carne light de las carnes rojas y su calidad naturalista, como se mencionó antes, hace que sea muy sano su consumo.

 

Eduardo Luis Maitret Collado